Discípulo de la razón, escucha con calma estas palabras, porque son semillas que, si las riegas en tu interior, florecerán en sabiduría.
La templanza es el arte de gobernar el fuego interior. No se trata de apagarlo, sino de dirigirlo. El deseo descontrolado es como un caballo desbocado: puede llevarte a la ruina. En cambio, cuando lo dominas, ese mismo caballo se convierte en tu fuerza para avanzar con sabiduría.
La templanza no es negarte a vivir, es aprender a vivir sin cadenas. No se trata de destruir el deseo, sino de domesticarlo, de darle un lugar justo en tu vida.
Ya te mostré ejemplos del consumo desmedido y de las adicciones. Hoy quiero revelarte dos casos más, muy específicos, donde la templanza es el faro que evita el naufragio:
Primer caso: el estudiante y las redes sociales
Un joven tiene un examen al día siguiente, pero cada vez que toma su cuaderno, siente la tentación de revisar su teléfono. “Solo cinco minutos”, se dice, y sin darse cuenta, pasan horas. El deseo de distracción lo esclaviza, roba su tiempo y apaga su oportunidad de aprender.
Discípulo, si este joven practicara la templanza, podría imponerse a sí mismo un límite: dejar el teléfono lejos, estudiar primero y luego, con calma, usar sus redes como un descanso merecido. Así, el placer deja de ser su dueño para convertirse en su servidor.
Reflexión: La templanza no exige que abandones la tecnología, sino que aprendas a usarla con medida, para que no seas dominado por ella.
Segundo caso: el trabajador y la comida
Un hombre, tras una larga jornada, se sienta a la mesa. No come por hambre, sino por ansiedad. Llena su plato una y otra vez, hasta sentir dolor en el cuerpo. Al día siguiente, la fatiga y la pesadez lo acompañan en el trabajo. ¿Ves cómo el exceso lo convirtió en esclavo?
Discípulo, si este hombre aplicara la templanza, sabría reconocer el punto donde el alimento ya cumplió su misión: nutrir, no sofocar. Aprendería a comer despacio, a escuchar a su cuerpo, y descubriría que la verdadera satisfacción no está en el exceso, sino en el equilibrio.
Reflexión: El dominio de uno mismo en lo pequeño —como en la mesa— es la preparación para dominarse en lo grande —como en la vida.
Discípulo de la razón, grábate esto en el corazón: cada deseo es un maestro disfrazado. Si lo obedeces ciegamente, te convierte en esclavo; si lo enfrentas con templanza, se convierte en el yunque donde forjas tu carácter.
La templanza, entonces, no es una renuncia triste, sino una conquista gloriosa: el arte de vivir con libertad en medio de los placeres del mundo.
¿Cómo desarrollarla en nuestra vida?
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Autoconocimiento: Detente y observa qué deseos gobiernan tu corazón. Pregúntate si los necesitas o si solo son caprichos.
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Disciplina: Practica pequeños actos de autocontrol. Si deseas algo, retrasa su consumo. Si quieres responder con enojo, guarda silencio primero.
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Gratitud: Aprende a valorar lo que ya tienes. La mente agradecida se calma y no corre tras cada deseo.
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Equilibrio: No es negar los placeres, sino saber disfrutarlos sin ser dominado por ellos.
Recuerda: el verdadero hombre libre no es aquel que hace lo que quiere, sino aquel que sabe gobernarse a sí mismo.
Revisa el video completo sobre la templanza:
Y este video sobre ¿Cómo conquistar la ira?
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